Quan els gossos lladren, alguna cosa senten by Alba Rihe

Quan els gossos lladren, alguna cosa senten

“El lenguaje es la tecnología más barata”, afirma María Salgado. Una herramienta mínima, al alcance de todos, pero capaz de abrir mundos. No necesita más que voz, gesto y letra. Sin embargo, el espacio de resonancia no es igual para todos, y por eso surgen otras formas: vibraciones, trazos, sonidos que se cruzan y producen sentido.

El lenguaje no es solo palabra: es cuerpo en movimiento. Maurice Merleau-Ponty nos lleva más lejos: esta materia es carne. La “carne del lenguaje” no es una metáfora, sino una materia viva. En cada palabra, el lenguaje se pliega sobre sí mismo para sostener la paradoja de comprenderse a uno mismo y, al mismo tiempo, al otro. No es un acto abstracto, sino vital: una práctica que nos rehace, porque al hablar nos reinventamos.

Pero en este espesor late el límite. Alba Rihe lo nombra: el lenguaje está sometido al contexto vital de quien habla. Por eso, nunca lo dice todo. Siempre falta algo. Lo que no cabe en la palabra busca su salida en el gesto, en la vibración de la voz, en el temblor del cuerpo. Para Rihe, el lenguaje lleva consigo una visión del absurdo: la imposibilidad de abarcar lo que somos, lo que queremos decir. Y, sin embargo, esta misma imposibilidad lo hace fértil, porque obliga al cuerpo a hablar. Voz y cuerpo son proyecciones de lo mismo, extensiones materiales de un sentido que nunca se cierra.

Así, entre Salgado, Merleau-Ponty y Rihe, el lenguaje aparece como una tecnología mínima, como carne que nos constituye y como absurdo inevitable. Es dispositivo y cuerpo, herramienta y grieta. Cada palabra inaugura, pero también fracasa; cada silencio abre espacio para el gesto que la complete.

En este escenario, la letra no manda, el gesto se inventa y la voz inaugura nuevos horizontes. Allí, el lenguaje pasa a ser un actor vivo que muta cuando lo pronunciamos, y en su sombra siempre se construye otro personaje, que se manifestará en el siguiente capítulo.